Querido lector de este cuaderno,
Pasan las cuatro de la mañana en la playa Blanca de Nósar. Corre el 6 de febrero de 1996. La madrugada es muy fría, me tiemblan los dedos. Hace tan sólo unas horas, Sara y yo recibimos el encargo de relatar esta historia. Y debemos hacerlo esta noche, porque quizás, cuando amanezca, no nos sea posible.
Sara ya ha pasado varias horas sentada en la arena, escribiendo. La estuve observando un tiempo, a su espalda, mientras trasladaba al papel las líneas argumentales que nos han conducido hasta esta madrugada. Cuando terminó, se marchó a la orilla, a unos treinta metros de mi posición en este instante.
Tengo la sensación de que en cualquier momento mirará hacia atrás y me verá con este cuaderno entre las manos, con ansias de ser invisible. Puede que sus letras estén escritas para que las lean ahí fuera, pero esta noche no estoy en el exterior. Comparto la playa y la tinta de esta historia.
Querido lector, te diré lo que haremos: comenzaré a leer su narración, e iré introduciendo comentarios o explicaciones a medida que vaya avanzando. No te costará diferenciarnos. Te presupongo capaz de distinguir mi curvada y estética letra de la simple y redonda caligrafía de Sara. Además, apuesto a que, a medida que nos vayas conociendo, dejarás de leernos y comenzarás a escucharnos.
Lector, si te atreves a seguir, intérnate en este cuaderno. Retrocedamos en el tiempo para poder avanzar.