Fabia tenía las manos unidas y la cabeza inclinada. El duque se dio cuenta de que estaba orando y salió de las sombras donde se ocultaba.
Tenía
que venir dijo ella. Sentí… mucho… miedo.
No debes temer nada respondió él y, con mucha gentileza, la rodeó con sus brazos. Tus oraciones han sido escuchadas.
¿Quiere decir que?… le preguntó sorprendida.
Quiero decir que la única mujer que hay en mi vida eres tú. Ahora sé que no puedo vivir sin ti.
Los labios de él apresaron su boca, besándola, al principio, con ternura. No había pasión en su beso, porque todo lo que había sucedido hacía que mirara a Fabia como si fuera un ser divino, casi sagrado. Pero luego sus brazos la estrecharon con fuerza y sus labios se volvieron más exigentes, más posesivos…